El centro angloamericano de repatriación en Madrid

La primera tarea que se impuso el Centro Angloamericano de Repatriación (CAR) consistió en valorar el número de alemanes que debían ser enviados a la Alemania occidental ocupada por los Aliados Occidentales.

Con datos suministrados por el ministerio de trabajo español, el censo facilitado por la dirección general de seguridad y sus propias investigaciones, el CAR hizo un primer informe en julio de 1945 según el cual 1.857 alemanes debían ser repatriados inmediatamente por vía aérea, y otros 1.200 serían trasladados en una segunda fase.

Considerando que la colonia alemana tenía unos 10.000 miembros, los cálculos aliados iniciales presuponían la expulsión de casi un 30% de ellos. La previsión era efectuar los transportes durante el verano de 1945 y concluir todo el proceso antes de finales de año.

Con esta celeridad los aliados querían dar la impresión de que su política era firme, e inducir a colaborar de forma voluntaria tanto al gobierno español como a los alemanes afectados. Sin embargo, sus pronósticos fallaron totalmente. En primer lugar, los traslados tuvieron que demorarse porque los problemas logísticos en la devastada Alemania hacían imposible una llegada masiva de centenares de personas en aviones de los que, por otra parte, no podía el CAR disponer sin dificultad.

También se equivocaron al creer que las autoridades españolas fueran a colaborar, y lo mismo cabe decir de los alemanes afectados. A medida que iban pasando las semanas y no se hacía nada, las esperanzas de poder realizar un procedimiento ordenado y poco problemático se desvanecían. La disposición a cooperar por alemanes y españoles era cada vez menor.

La situación empeoró más si cabe cuando el 10 de septiembre de 1945 el Consejo de Control Aliado en Alemania o CCA publicó un Edicto por el que quedaban relevados de sus obligaciones y derechos todos los funcionarios públicos alemanes en el extranjero, y se les ordenaba regresar a la Alemania occidental ocupada.

Desde el punto de vista del Derecho Internacional, las normas emitidas por el CCA no tenían carácter vinculante para aquellos estados como el de España que no habían reconocido al CCA como gobierno efectivo de Alemania, en sustitución del del III Reich.

Desde una perspectiva legal, España estaba eximida de aplicar la normativa del CCA y, por tanto, no se le podía exigir legalmente su cumplimiento.

Los aliados eran conscientes de este problema, y de que la única alternativa para conseguir el mayor grado de cooperación posible residía en la diplomacia. Poco después del Edicto 10/09/45, el CCA informó a Madrid de que en breve comenzarían las repatriaciones de alemanes, pero de nuevo las dificultades para hallar un sistema de transporte viable retrasaron su ejecución.

La campaña en la que las embajadas americana y británica habían depositado tantas expectativas no podía presentar un primer balance más decepcionante.

Así quedó reflejado en la reunión de la Comisión para el Safehaven Project el 5 de octubre de 1945, presidida por Ralph H. Ackerman, agregado comercial de la embajada americana. Según el informe presentado, hasta esa fecha ningún alemán había sido repatriado.

Ante el temor de que el tiempo se convirtiera en un obstáculo para sus propósitos, los aliados intentaron superar con la mayor urgencia posible los problemas logísticos y de transporte. A finales de octubre de 1945 los americanos destinaron varios aviones para la operación y se habilitó el castillo de Hohenasperg, cerca de Stuttgart, como centro de internamiento provisional para los repatriados.

Entonces, el 12 de noviembre de 1945, los embajadores americano y británico en Madrid presentaron al ministerio de asuntos exteriores español una primera lista de 255 alemanes a entregar, dividida en dos grupos según la urgencia con la que se exigía su salida de España: 146 alemanes de Prioridad 1, y 109 de Prioridad 2.

El nuevo ministro español de asuntos exteriores, Alberto Martín Artajo, la recibió con una meditada ambigüedad, deseoso de mostrar un ánimo colaborador, al tiempo que exponía sus temores, por el gran número de alemanes exigido y la modestia de sus recursos para detenerlos y conducirlos a Madrid.

Sobre el papel estaba en marcha la primera operación de repatriación del CAR, pero antes era preciso abordar el obstáculo más importante: la localización y traslado a Madrid de los alemanes buscados. Americanos y británicos intuían que la resolución de esa cuestión sería ardua, y no tardaron mucho en comprobar que estaban en lo cierto.

Los nombres del compromiso 

Muchos alemanes fueron excluidos de las listas de repatriación atendiendo a las condiciones impuestas por el gobierno español en mayo de 1946, según las cuales se denegaría automáticamente la expulsión de aquellos alemanes que pudieran acreditar matrimonio con cónyuge español, tener hijos nacidos en España, llevar más de 20 años residiendo en el país, esto es, desde 1925, tener una edad avanzada (sin especificar) o sufrir enfermedad grave o crónica que permitiera calificar su estado de salud como delicado.

De entre estas circunstancias, la última resultaba ser la más fácil de acreditar al margen de su realidad, lo que indujo a muchos alemanes reclamados por el CCA a presentar certificados médicos falsos o exagerados sobre dolencias que hacían que su vida peligrase si se sometían al viaje de traslado hasta la Alemania occidental ocupada.

Muchos otros, a su vez, fueron eliminados por la intervención directa de altos cargos del gobierno español. Los representantes aliados del CAR desconocían la correspondencia recibida en el ministerio de asuntos exteriores desde que se conocieran los primeros intentos de repatriación de reclamados por el CCA.

Se observa en los archivos documentales la ingente cantidad de cartas, telegramas y notas de muy diversa índole y origen en favor de alemanes refugiados en España con un pasado de mayor o menor relieve en el III Reich. Fue tal la magnitud de aquel flujo que el ministerio abrió una carpeta individual a la mayoría de los alemanes reclamados por los aliados conteniendo en ellas las referencias, mensajes y avales que iban llegando.

El primer filtro que debían pasar las listas de reclamadas aliadas estaba en el consejo de ministros español, donde se depuraba su contenido de aquellos alemanes que se considerasen de interés por motivos políticos, económicos o técnicos a juicio de los miembros del gobierno. Algunos ejemplos:

Hans Doerr: agregado militar de la embajada alemana; pese a las óptimas referencias reunidas en torno a él, Doerr fue repatriado a la Alemania occidental ocupada, siendo el único de los tres consejeros militares de la legación alemana que fue entregado a los aliados; años después regresó por un tiempo a España; trabajó para el gobierno de la R.F.A., restableciendo sus antiguos contactos con la cúpula militar española. El Ministerio del Ejército y el Alto Estado Mayor tienen el máximo interés por él.”

Eckhart Erich Kühlental: responsable de la captación y entrenamiento de espías; trabajaba a las órdenes de Eberhard Kieckebusch; fue descrito por los servicios de información aliados como “uno de los más destacados y peligrosos miembros del Abwehr en España”; gozaba de una consideración muy especial por parte de las autoridades españolas “Muy recomendado por el Alto Estado Mayor y el General Franco-Salgado.”

Herrmann Lautenschlager: “Estaba ya detenido, y se interesó por él el Sr. presidente de las Cortes; se trata de un alemán que vive en España desde 1922; permaneció aquí durante nuestra guerra de liberación, prestando servicio en Requetés, Guardia Civil, y posteriormente en el transporte aéreo de tropas; Cruz de Caballero de Isabel la Católica; tiene un retrato dedicado del Caudillo.”

Richard Classen: “Detenido ya para salir, se interesó por él el Capitán General del Departamento Marítimo de Cádiz, por lo que se suspendió su salida y se le autorizó a regresar a aquella capital.”

Ajenas a este cruce de recomendaciones, las autoridades aliadas del CAR habían dispuesto la salida en avión desde Madrid, el 10 de mayo de 1946, de 16 alemanes, entre ellos el marino y antiguo agregado naval de la embajada alemana Kurt Meyer Döhner.

Sin embargo, después de varias horas de espera, el avión despegó sin él y sin otros tres alemanes, que también se vieron libres de sus órdenes de expulsión de España en el último momento.

Cuando el gobierno español fue informado, se ordenó la detención de estos tres últimos, pero no de Meyer Döhner, quien, según fuentes británicas, pudo pasar desapercibido durante los meses siguientes residiendo en su antiguo domicilio, en las afueras de Madrid. (¿Cercedilla?)

Investigaciones posteriores demostraron que su ausencia en el momento del despegue de su avión se vio motivada por una citación del ministerio de marina, oficialmente para someter al alemán a un interrogatorio reservado.

Un episodio similar se dio el 23 de agosto siguiente.

Ese día debía partir otro avión desde Barajas con destino a la Alemania occidental ocupada, y entre los 15 alemanes expulsados constaba de nuevo el antiguo agregado naval. Los organizadores del vuelo no sabían que unos días antes el secretario privado de Carrero se había personado en el ministerio de asuntos exteriores pidiendo que se dejara de nuevo en suspenso la expulsión y entrega de Meyer Döhner.

Tal orden fue obedecida y una vez más el avión despegó sin su más señalado pasajero a bordo. En esta ocasión el revuelo diplomático fue considerable y mereció una nota informativa, remitida ese mismo día, al propio Franco, detallándole todos los pormenores de lo ocurrido. Nuevamente, no hubo respuesta.

Actuaciones como ésta pusieron en serios aprietos al ministro Martín Artajo, forzado a aceptar una política de hechos consumados que mermaba su autoridad, y deterioraba las relaciones con las potencias aliadas, ya marcadas por un gran recelo por parte de americanos y británicos.

Es probable que además de las razones personales, Carrero y Regalado sopesaran las dificultades añadidas que la entrega de Meyer Döhner representaría para España, ya que había sido él quien, en connivencia con las autoridades navales españolas, había coordinado el abastecimiento de submarinos alemanes en puertos y aguas territoriales españolas durante la guerra.

También poseía seguramente información relevante sobre los fondos económicos de la sección naval de la embajada. Las investigaciones aliadas calculaban que al final de la guerra tales fondos sumaban unos dos millones de pesetas, de las que fueron encontradas y decomisadas 225.000, sin que nunca se aclarase el paradero del resto del dinero. El interés mostrado por los aliados en su detención y envío a la Alemania occidental ocupada radicaba precisamente en la información que pudieran sacarle sobre éstas y otras operaciones.

Su testimonio habría sido muy peligroso políticamente para el gobierno español. Quizá por ello Meyer consiguió eludir todos los intentos de captura y extradición, y vivió en España contratado como traductor por la Dirección General de Construcciones Navales; años después regresaría a Alemania libremente. 

La agencia de noticias “TRANSOCEAN”. 

El lujo en Madrid estaba tan asociado al nombre de Hans Lazar durante los años de la segunda guerra mundial, como las fabulaciones que circulaban sobre él, unas falsas, otras quizá ciertas, como la que detallaba su dormitorio, como una capilla decorada con doce tallas de santos y un altar junto a su cama.

En todo caso, si tal historia tuviera algo de verdadero, sólo podría tratarse de que Lazar fuera supersticioso, un conspicuo coleccionista de arte antiguo, o simplemente un excéntrico con ganas de destacar por sus rarezas, pues si algo no era, era un católico devoto. El embajador Sir Samuel Hoare lo describió así: “En este caso el amo —de la prensa en España— era el muy siniestro judío oriental de nombre Lazar. Este representante del racismo ario nació en Turquía y emigró sucesivamente a Bucarest, Budapest y Viena.

En Viena sirvió fielmente a Hitler como un fanático propagandista del Anschluss.

Se convirtió más tarde en una importante figura del mundo nazi y en la “éminence grisse” (eminencia gris) o más bien “jaune” (amarilla, en referencia al color de la estrella que los nazis impusieron a los judíos) de la embajada alemana en Madrid.

Misteriosa figura con extrañas inclinaciones; su dormitorio estaba decorado como una capilla, con dos hileras de doce figuras de santos, y un altar debajo del cual dormía.” Aunque no pareciera una costumbre digna de la seriedad circunspecta de un diplomático de primera clase, el sagaz Hoare también gustaba de propalar rumores e historias fabulosas, quizá ridículas o absurdas, sobre todo en torno a los personajes que actuaban para los adversarios del Reino Unido.

Otra de las descripciones más detalladas —pero no por ello más veraces, pues la envidia es un acendrado rasgo del periodismo español, junto con su ferocidad calumniosa— del agregado de prensa alemán fue la que consignó Ramón Garriga, un periodista español que trabajó como corresponsal de la Agencia EFE y el diario “La Vanguardia” durante la segunda guerra mundial: “Era un ser especial como no se veía otro en toda la España franquista: elegantemente vestido y luciendo siempre un monóculo en el ojo derecho. Hacía alarde de una cortesía exagerada, que recordaba a las figuras de las operetas vienesas de Strauss y Lehar. Llamaba la atención no sólo por su comportamiento, sino por viajar en automóviles de lujo, y moverse siempre rodeado de secretarias jóvenes y guapas.

” … “Quienes tratamos a Lazar llegamos inmediatamente a la conclusión de que nos encontrábamos en presencia de un hombre realmente importante, muy superior al tipo de nazi alemán que pululaba por entonces en la Península.”

Si en los actos sociales Lazar desarrollaba sus dotes para las relaciones públicas ante políticos y periodistas, en el desempeño de su responsabilidad de agregado de prensa prevalecía la eficacia implacable en el control sobre los medios españoles, anulando la propaganda aliada y creando un clima favorable a la causa del Eje.

No le faltaron recursos, colaboradores, ni tampoco el apoyo de sus superiores para diseñar una estrategia de comunicación que combinaba el soborno y la exigencia de lealtad ideológica.

Lazar manejaba unos fondos del orden de 200.000 pesetas de la época al mes, de las cuales únicamente destinaba 25.000 a gastos de publicidad. El resto se empleaba en gran medida en pagos a periodistas afines.

También se encargaba de publicar el boletín de la embajada, que aparecía tres veces por semana con una tirada media de entre 45.000 Y 60.000 ejemplares, y financiaba una veintena de publicaciones oficialmente independientes, pero que se difundían bajo tutela alemana. En todos los consulados alemanes existían responsables de prensa y, según diversas fuentes, el número de personas, tanto alemanas como españolas, que colaboraban con Lazar, superaba las 400.

Además de esta actividad cotidiana, y de la supervisión que en la distancia seguía ejerciendo sobre la Agencia Transocean, el agregado de prensa en Madrid llevó a cabo dos campañas propagandísticas: una se basaba en la utilización de la Agencia EFE para camuflar el envío de información a Latinoamérica procedente de Berlín; otra, llamada “Grosse Plan” (Gran Plan) tenía como fin contrarrestar la propaganda aliada. A través de la recién creada EFE, Lazar podía transmitir información a sus subordinados en los países latinoamericanos sin despertar recelos. España y Alemania llegaron a firmar un acuerdo en este sentido, pero su posterior puesta en marcha generó grandes dificultades.

Uno de los más estrechos colaboradores de Hans Lazar, Walther Bastian, también logró evadir el seguimiento angloamericano. Bastian había llegado a Madrid en 1941 para colaborar con Lazar en la dirección de la Agencia Transocean.

Por encima de su militancia formal en el partido nazi, destacó como exaltado propagandista, al extremo de que los aliados lo definían como agente de los servicios de información alemanes. Tenía domicilio en un hotel de Madrid, en el nº 135 de la Calle Serrano.

En septiembre de 1945 el ministerio de asuntos exteriores español dio instrucciones a la D.G.S. para que fuera detenido y confinado en Caldas de Malavella, pero dejó la orden en suspenso por razones no aclaradas.

Cuando un año más tarde se volvió a solicitar su detención, ésta no pudo efectuarse por haber desaparecido el sujeto según la D.G.S. No se volvió a preguntar sobre su paradero, aunque una anotación escrita en un informe del gobierno español de 1948 ofrecía un indicio sobre cuál podía haber sido su destino final: “supongo que dentro de poco saldrá de España, por tener él varias ofertas ventajosas de América del Sur.” 

El silencio también recayó sobre un dramático caso que acabó con la muerte, en extrañas circunstancias, de un alemán al que el fin de la segunda guerra mundial pilló en España y fue reclamado por los aliados.

Se trataba de Edgar Horn, de 39 años y nacido en Múnich, oculto en Pozuelo de Alarcón, Madrid. El 28 de enero de 1947 su cadáver fue hallado en el interior de la casa con un balazo en la cabeza. A su lado se halló una pistola alemana del calibre 6,35 mm. El presunto suicidio de Horn fue comunicado a las embajadas norteamericana y británica, a efectos de su eliminación de las listas de alemanes reclamados, aunque nunca se realizó una investigación a fondo, más aun teniendo en cuenta que el fallecido era supuestamente sobrino del dirigente nazi Rudolf Hess.

Con el tiempo, las autoridades aliadas del C.A.R.-España parecieron resignarse ante la imposibilidad de obtener sus demandas, y optaron por reducir sistemáticamente sus exigencias a un nivel más realista.

La asunción de una política más pragmática llevó a los aliados a finales de 1947 a plantear una solución definitiva al molesto asunto de las listas de alemanes escondidos en España.

El 22 de octubre se entregó una última lista compuesta por 104 nombres que debían ser conducidos a la Alemania occidental ocupada y concluir así con las tareas de repatriación de alemanes buscados en España.

Esta lista era un compendio de las entregadas al gobierno español desde junio de 1945, y se habían incluido en ella sólo a los elementos más significados de la colonia alemana en suelo español que continuaban visiblemente en el país. Constituía pues una importante reducción con respecto a los números manejados hasta la fecha.

Americanos y británicos buscaban con ello un resultado parcialmente positivo de su misión, a la vez que ofrecer una propuesta que pudiera ser aceptada por Madrid, al menos en términos cuantitativos. La lista contenía nombres sobradamente conocidos por la administración española, por ser muchos de ellos los principales beneficiarios de la protección de las altas esferas del franquismo. A pesar de que varios de ellos ya habían huido o estaban en paradero desconocido, los aliados no renunciaban a seguir reclamando la entrega de Hans Lazar, Karl Albrecht, Eberhard Kieckebusch, Eckhart Krahmer, Friedrich Knappe, Eckhart Kühlenthal, Friedrich Lipperheide o Karl Meyer-Döhner.

El mismo día en que se hizo entrega de esta última lista, la Sección Europa del Departamento de Política Exterior español redactó una nota para el ministro de exteriores valorando las posibilidades de expulsión de las personas mencionadas en la lista del C.A.R.-España, a la vez que hace un balance provisional de las entregas de alemanes realizadas: “las listas presentadas anteriormente daban un total de 811; de éstos han salido hasta la fecha 265.” 

En total había sido entregado a los aliados el 32% de los alemanes reclamados por éstos en España. “Figuran en esta lista presente personas que han sido muy recomendadas a este Ministerio por otros Departamentos y Centros Oficiales.” Por primera vez aparecía en la lista el nombre de Johannes Bernhardt, antiguo fundador de las legendarias empresas tapadera de la ayuda alemana al bando nacional durante la guerra civil Hisma, Rowak y Sofindus.

Johaness Bernhardt, el asunto “SOFINDUS” y el caso de Joachim Canaris 

    

Los aliados acusaban en 1948 a Johannes Bernhardt de ser “general de las SS y jefe del trust estatal alemán Sofindus. Encargado del embarco clandestino de suministros para las fuerzas alemanas sitiadas en las costas occidentales de Francia durante y después de la campaña de liberación de aquel país.

“Esta denuncia se basaba en el envío realizado, entre enero y mayo de 1945, de 18 convoyes navales desde España con suministros y armas a varias guarniciones alemanas asediadas en la costa atlántica francesa”.

Estos convoyes fueron organizados a través de la naviera “Transcomar”, propiedad del consorcio Sofindus. Sin embargo, Bernhardt no pareció mostrar una excesiva preocupación, más allá de la sorpresa inicial. Se sabía poseedor de un grado de protección infalible e inaccesible a muchos otros alemanes en España: la del propio Francisco Franco.

Éste ya le había otorgado una valiosa ayuda unos meses antes, permitiendo la tramitación de su nacionalización pese a que los procesos de naturalización habían sido suspendidos temporalmente.

La mediación se hizo oficial, como era habitual, a través del secretario militar y particular de Franco, su primo el general Franco Salgado-Araujo (“Pacón”), en nota remitida al ministerio de asuntos exteriores el 15 de abril de 1946: “De orden de S. E. el jefe del Estado remito a Ud. solicitud suscrita por D. Johannes E. F. Bernhardt, en súplica de que sea usted tan amable, aun cuando los asuntos de nacionalidad estén suspendidos, de ordenar sea iniciado el expediente de naturalización a favor del interesado.” 

Junto al texto de Franco Salgado-Araujo, un responsable del ministerio de exteriores redactó una nota hológrafa a bolígrafo: “elemento muy significado; está en relación con los ingleses. La iniciación de los expedientes de nacionalización, en Justicia.

Sería una campanada concedérsela.” La escueta anotación evidenciaba una sorprendente relación del gerente de Sofindus con los aliados, además de juzgar que la concesión de la nacionalidad significaría un escándalo. Sin embargo, el trámite continuó su curso y el expediente fue remitido al departamento competente en el ministerio de justicia.

En cuanto a los presuntos contactos de Bernhardt con los aliados, estós habían sido confirmados previamente por el responsable de los servicios secretos españoles, general Martínez Campos, quien escribió sobre Bernhardt: “Ahora me dicen que en el bando aliado no lo miran con malos ojos, y que no quieren crearle dificultades, pero que son nuestros medios oficiales los que le complican la situación.” Quizá tales relaciones se fundamentarán en las gestiones efectuadas por americanos y británicos ante Bernhardt en relación con el Safehaven Project y la colaboración prestada por éste para facilitar el control aliado sobre las empresas del consorcio que dirigía.

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